Acabo de cumplir 67 años y soy prescindible... excepto para mí, claro.
Comencé el Camino en Septiembre del 2009. Desde entonces no he dejado de hacerlo ningún año durante las vacaciones. Lo ando sola, por tramos, sin saltarme ninguno y cada año empiezo en el mismo lugar donde acabé el anterior. El primero fue el Aragonés, desde Jaca; después el Francés, desde Saint Jean Pied de Port; continué con el del Norte y ahora hago el Primitivo desde Oviedo.
No sabría decir cual de los cuatro es el mejor: el Aragonés es el más agreste, el Francés el que más me ha emocionado y el del Norte el que mejor paisaje tiene. El Primitivo –estoy en ello– es bucólico y solitario. Me gusta andar y cuando termine esta ruta comenzaré otra; lo de llegar a Santiago es lo de menos.
Tengo un amigo que dice que el Camino es como un psiquiátrico itinerante. No se si estoy de acuerdo, pero si te libra del Lorazepam y del Prozac, bienvenido sea. Al fin y al cabo, y como escribe P.G. Cuartango, "hay muchas maneras de huir del horror al vacío y el viaje es una de las mejores...".
Creo que por eso hay tanto jubilata solo compartiendo camino. Los días se cuentan por los cambios de paisaje, por pequeños detalles como un buen vino en el menú, la llamada del hijo al atardecer o la reconfortante conversación con el compañero de albergue. Poca cosa más te fija a la vida. Y, por lo demás, eres libre.
Y resistente. Caminar con la mochila a la espalda es imprescindible: todo lo que necesitas lo llevas encima. Así no sientes la desazón de que el taxi que la transporta se vaya a equivocar de destino o de que te la vayan a perder en cualquier pueblo de la ruta. Pero es verdad que tienes sesenta y tantos años y pesa y hay que reducir al mínimo tus posesiones para poder llevarla a cuestas. Pienso que el día que no pueda con ella, será un buen momento para dejar el Camino.
Y aventurer@. Para ello, mejor solo y -si es posible- evitando las aglomeraciones del verano.
No me considero una aventurera ni tampoco necesito que me sucedan grandes cosas. Si lo fuera, me dedicaría a viajar por caminos sin flechas. En estos 12 años, salvo perderme cuatro o cinco veces y algún que otro rato de amable charla con un -hasta entonces- desconocido compañero de ruta, tampoco me ha ocurrido nada digno de mención... pero todavía conservo la capacidad de sorprenderme en cada vuelta del sendero. Cuando camino, veo las casas que hacen diferentes los lugares por donde paso y pienso quién vivirá en ellas; durante unos minutos observó al peregrino que va delante y me pregunto cómo será por la forma de caminar, su ropa o la mochila que lleva; unos metros más allá aparece un río, un puente o una ermita y toda la fabulación se detiene: te quedas mirando como si descubrieras la belleza por primera vez e incluso vuelves la cabeza ingenuamente para ver si hay alguien más compartiendo tu visión.
Quién vaya a andar el camino que sepa que esta puede ser su escuela para bien envejecer, que le esperan días serenos lejos de pisos pequeños, de hijos y de herencias; que todo se aprende, porque –como dice Gil de Biedma–: "Envejecer tiene su gracia/Es igual que de joven aprender a bailar (...)"
Prosigamos.
Comencé el Camino en Septiembre del 2009. Desde entonces no he dejado de hacerlo ningún año durante las vacaciones. Lo ando sola, por tramos, sin saltarme ninguno y cada año empiezo en el mismo lugar donde acabé el anterior. El primero fue el Aragonés, desde Jaca; después el Francés, desde Saint Jean Pied de Port; continué con el del Norte y ahora hago el Primitivo desde Oviedo.
No sabría decir cual de los cuatro es el mejor: el Aragonés es el más agreste, el Francés el que más me ha emocionado y el del Norte el que mejor paisaje tiene. El Primitivo –estoy en ello– es bucólico y solitario. Me gusta andar y cuando termine esta ruta comenzaré otra; lo de llegar a Santiago es lo de menos.
Tengo un amigo que dice que el Camino es como un psiquiátrico itinerante. No se si estoy de acuerdo, pero si te libra del Lorazepam y del Prozac, bienvenido sea. Al fin y al cabo, y como escribe P.G. Cuartango, "hay muchas maneras de huir del horror al vacío y el viaje es una de las mejores...".
Creo que por eso hay tanto jubilata solo compartiendo camino. Los días se cuentan por los cambios de paisaje, por pequeños detalles como un buen vino en el menú, la llamada del hijo al atardecer o la reconfortante conversación con el compañero de albergue. Poca cosa más te fija a la vida. Y, por lo demás, eres libre.
Y resistente. Caminar con la mochila a la espalda es imprescindible: todo lo que necesitas lo llevas encima. Así no sientes la desazón de que el taxi que la transporta se vaya a equivocar de destino o de que te la vayan a perder en cualquier pueblo de la ruta. Pero es verdad que tienes sesenta y tantos años y pesa y hay que reducir al mínimo tus posesiones para poder llevarla a cuestas. Pienso que el día que no pueda con ella, será un buen momento para dejar el Camino.
Y aventurer@. Para ello, mejor solo y -si es posible- evitando las aglomeraciones del verano.
No me considero una aventurera ni tampoco necesito que me sucedan grandes cosas. Si lo fuera, me dedicaría a viajar por caminos sin flechas. En estos 12 años, salvo perderme cuatro o cinco veces y algún que otro rato de amable charla con un -hasta entonces- desconocido compañero de ruta, tampoco me ha ocurrido nada digno de mención... pero todavía conservo la capacidad de sorprenderme en cada vuelta del sendero. Cuando camino, veo las casas que hacen diferentes los lugares por donde paso y pienso quién vivirá en ellas; durante unos minutos observó al peregrino que va delante y me pregunto cómo será por la forma de caminar, su ropa o la mochila que lleva; unos metros más allá aparece un río, un puente o una ermita y toda la fabulación se detiene: te quedas mirando como si descubrieras la belleza por primera vez e incluso vuelves la cabeza ingenuamente para ver si hay alguien más compartiendo tu visión.
Quién vaya a andar el camino que sepa que esta puede ser su escuela para bien envejecer, que le esperan días serenos lejos de pisos pequeños, de hijos y de herencias; que todo se aprende, porque –como dice Gil de Biedma–: "Envejecer tiene su gracia/Es igual que de joven aprender a bailar (...)"
Prosigamos.
Gracias. Buen camino! A proseguir! ;)
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