Estuve dos veces en Venecia a finales de los setenta. Fue en Agosto de 1976 y en Septiembre del 79. Tenía veintitrés años la primera vez. Acababa de ver "La muerte en Venecia" y esperaba encontrar en la ciudad toda la belleza decadente y sofisticada que prometía la película de Visconti.
Pero Venecia solo es hermosa si tienes dinero para ir fuera de la temporada turística, alojarte en un palacete, alquilar una góndola y beber en cristal de murano.
Recuerdo que no se me ocurrió mejor idea, para escapar de la isla temática en que se había convertido Venecia aquel Agosto, que meterme en un cine para rever "La Morte a Venezia".
Algunos años después, la novela de Thomas Mann cayó en mis manos en una vieja edición de 1973 de la Editorial Planeta. El libro, después de ver la película (no puedo disimular mi pasión por el sensual y sofisticado Visconti), me pareció difícil de leer y excesivamente simbólico.
En "La muerte en Venecia", las ideas estéticas y filosóficas se adueñan del relato. Aún así, la ciudad se oculta en el fondo: decadente, lujosa, brillante, agónica... "Quien ha contemplado con sus ojos la Belleza ya está condenado a morir". Esta frase de Luchino Visconti parece resumir la trama de la novela que se precipita hacia una muerte anunciada. De hecho, el final de la película traduce esa idea a imágenes: el profesor Aschenbach, protagonista del libro, ya ha contemplado lo que para él es la belleza absoluta (Tadzio en el mar, iluminado por el sol de la mañana), por tanto ya debe morir.
Portada del disco de la banda original de la pelicula |
El escritor había visitado la ciudad en 1908 junto a su esposa. Se alojaron en El Lido, en el Grand Hotel des Baines. En ese hotel conoce al hijo de 11 años de unos comerciantes polacos. La visión le deja deslumbrado.
El cólera hace que el matrimonio Mann regrese apresuradamente a Berlín interrumpiendo su viaje. Así parece haber surgido la inspiración de La muerte en Venecia.
La narración de la entrada en la ciudad –a través del Canal de San Marcos– del profesor Von Aschenbach, no deja dudas sobre la situación económica del protagonista y la estética de la novela reflejada en Venecia:
- "Otra vez se presentaba a la vista la magnífica perspectiva, la deslumbradora
composición de fantásticos edificios que la república mostraba a los ojos
asombrados de los navegantes que llegaban a la ciudad; la graciosa
magnificencia del palacio y del Puente de los Suspiros, las columnas con santos
y leones, la fachada pomposa del fantástico templo, la puerta y el gran reloj. Y comprendió entonces que llegar por tierra a Venecia, bajando en la estación,
era como entrar a un palacio por la escalera de servicio. Había que llegar,
pues, en barco a la más inverosímil de las ciudades."
Pero... ¿Quién no desea ir a Venecia?. Si vas a ser uno de los 22 millones de personas que la visitan cada año, merece la pena leer –antes de hacerlo– el revelador artículo "Muerte de Venecia" de "El País". Si a pesar de todo lo haces, llévate el libro de Mann bajo el brazo... quizás así reconozcas la ciudad.
- "Al salir, uno se alegra de que termine, de saber que puede tachar un lugar más de la lista burguesa del turismo, de dejar la ciudad que no ofrece más que museos e iglesias viejas para nuestro consumo -planeemos, entonces, el siguiente viaje-. Generalmente, no es suficiente ir y aprehender un pedazo de la ciudad, un souvenir, o un recuerdo. Apoderarnos de la Basílica con una foto -todo museo o lugar histórico que se respete debería abolir la cámara fotográfica o de video- y comprar la postal como manera de evidenciar que estuvimos ahí es necesario, vital, aunque nunca hayamos metido la mano en el agua -está sucia– besado a una veneciana o platicado con una anciana que hace sus compras un domingo por la mañana." (Entrada del blog literario "El Anaquel". 2013)
"Que Venecia no muera". Artículo de A. Muñoz Molina. https:////elpais.com/cultura/2020/07/15/babelia/1594828848_310667.html
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