Mis botas en un descanso del camino

"Donde sea, fuera del mundo"

5 mar 2020




Este epígrafe de Baudelaire (El spleen de París), con el que Lawrence Osborne inicia El turista desnudo (Ed. Gatopardo, 2017), nos introduce en un trepidante trayecto por escalas "en busca del fin del mundo" que el autor nos describe a lo largo de las 270 páginas del libro.

"El mundo entero es una instalación turística y el desagradable sabor a simulacro se eterniza en la boca. Busqué por todas partes, pero ningún lugar satisfacía mi necesidad de salir del mundo". Así expresa este nómada británico, al principio del libro, su hartazgo del "Planeta Turismo" entremezclado, fatalmente, con la necesidad de cambiar de lugar. Relata como le fascinaron la lectura de las cartas de la antropóloga Margaret Mead y el libro Tristes trópicos de Lévi-Strauss –clasicos de la literatura de viajes y compañeros habituales en incontables habitaciones de hotel– haciendo inevitable el destino final de su deseo: la Papúa inexplorada de Nueva Guinea. Para llegar a ella, como si de una Itaca soñada se tratase, el autor recala en Dubai, Calcuta, islas Andaman, Bangkok y Bali, todas ellas "turistizadas y masificadas para visitantes como yo, los agobiados escapistas de un hemisferio tan rico que ya no sabe que hacer, salvo moverse". Porque "nadie, salvo el desdichado escritor de libros de viajes, tiene tiempo para tomarse ocho meses libres", nos dice.


"Más tarde, en mi tienda, me sentí completamente agotado. Por primera vez desde nuestra partida me sentía mal, transtornado. Observé las siluetas de las mantis religiosas que trepaban por las mosquiteras, sus cuerpos resplandecientes y palpitantes. Una araña de un color rosa intenso, grande como mi mano, corrió súbitamente por ella. El maravilloso horror de la jungla: que hermosas eran las gigantescas Atrax robustus, unas arañas capaces de matar a un loro. Escarabajos naranjas como el coral, feroces hormigas que avanzaban en fila por lianas en su ascenso vertical hacia las copas de los árboles. El mundo de los insectos nunca se está quieto, no puede dormir.
Resonaron más risas entre los árboles y, por primera vez, sentí una especie de serenidad, aunque por lo bajo aún bullía un nervisosismo desquiciado. Un cambio corporal, quizá, mientras me habituaba a la ferocidad de la naturaleza. Mis cuadernos ya se habían convertido en coágulos de papel mojado y me sentía aliviado. En la jungla todo se pudre, algo que, a fin de cuentas, es de desear. Lo que queda es una supervivencia deliciosamente estúpida frente a todas las mantis y arañas. El extasis de no morir"
El turista desnudo, pág. 246.


Mapa del recorrido de Lawrence Osborne en el libro El turista desnudo
El viaje de Lawrence Osborne hasta Papúa


Lawrence Osborne, británico ante todo, romántico y hedonista, es capaz de sumergirse en la sordidez de los lugares que recorre y salir limpiamente de ellos. Esta cualidad junto con las escasas reflexiones espirituales que se permite (y que yo agradezco en un libro de viajes) le aleja del puritanismo y del pensamiento correcto tan de moda en estos tiempos que corren. Osborn te cuenta lo que ve y lo que hace, aunque a veces sea tan ridículo como la colonoscopia con café que se marca en Bangkog (lugar donde, por cierto, vive en la actualidad), en un viaje que yo nunca repetiría.
Esto es lo que me fascina del libro: la imposiblidad de hacerlo. Porque los libros de viajes no siempre te incitan a viajar, hay veces en que el resultado es el contrario y este es uno de ellos.









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